Creer o no creer

Había escrito un texto grande y lo borré porque sentí que era tonto y así me siento desde hace algunos días. Y es que he pecado de crédulo. Mi problema es creer en todo y que de repente siempre sucede algo que hace que todo en lo que creía se derrumbe. Y mi problema es también que siempre me queda una pizca de fe.

Recuerdo cuando creía ciegamente en la iglesia católica porque así fui educado y porque de una forma extraña me gustaba. Hasta quise ser sacerdote en mi infancia. Luego, por mucho que creyera, la vida se llevó a mi abuelito. Entonces dejé de creer. Pero no del todo, pues en el fondo sé que aún creo en la justicia divina, sólo que me es difícil aceptar sus condiciones.

Llegó un momento de mi vida en el que creía en mí, de verdad lo hacía. Hasta que me di cuenta que el mundo estaba lleno de tranzas, de malos deseos, que sólo mintiendo se podía escalar, que sólo las relaciones te abrirían las puertas y que el conocimiento pasaba a segundo plano. Y sin embargo, encuentro momentos en los que de verdad creo en mí y en el mundo.

Así pasó en mi proceso de crecimiento, en el cual creí en tanta gente que de un momento a otro me hizo sonreír, me hizo sentirme parte de un grupo, sentir que muchas cosas valían la pena y al final de los caminos uno se da cuenta que...

...no lo sé. Que tal vez el hecho de que me hayan hecho sentir tanto permita que exista esa pizca de fe. El problema es que mi incredulidad en esas personas disminuye tanto que me es difícil hasta pensar, porque uno no cree que exista gente que te apuñale por la espalda después de tenderle la mano y porque uno que cree en que las amistades largas se rigen por la confianza, el respeto y el mutuo apoyo. Y esa pizca de fe que me queda recae tristemente sobre los que de verdad sé que jamás me darán la espalda y por los que yo daría mi vida si fuera necesario.